Festival Iberoamericano de Teatro
Tomado de la revista Semana. Colombia

Cataluña es el invitado de honor al Festival Iberoamericano de Teatro que comienza el viernes 19 de marzo: una región con una de las tradiciones teatrales más interesantes de Europa.

Pocas regiones de la península ibérica tienen una tradición teatral tan rica como Cataluña. Una tradición que se remonta al medioevo, que vio su apogeo a principios del siglo XX y que por poco desaparece tras la Guerra Civil española. Se sabe: si no hay lengua, no hay teatro, y durante el franquismo hablar catalán se castigaba con cárcel. Desapareció la producción teatral, cientos de directores y actores se exiliaron, pero en este caso, la prohibición resultó ser un hervidero de nuevas ideas que florecería en los últimos años de la dictadura. Poco a poco, empezaron a surgir grupos de teatro independientes, jóvenes aficionados se reunían en secreto, improvisaban escenarios en sus casas y montaban obras críticas que reivindicaban su cultura. El terror de todo régimen que empieza a flaquear: “Era una movida muy cerrada, casi privada”, como lo recuerda el director Carles Santos hoy. “Había más gente en el escenario que en el público”.

Ahora, 30 años después, Cataluña es el invitado de honor al Festival Iberoamericano de Teatro. Un honor que, lejos de ser inesperado, está merecido, porque, como dice la directora del Festival, Anamarta de Pizarro: “El desarrollo de las artes escénicas en Cataluña ha sido muy importante y el teatro catalán es una referencia en todo el mundo”. Barcelona no sólo cuenta con 25 salas que presentan obras de teatro todos los días y con 10 compañías de proyección internacional (números nada despreciables para una ciudad con poco más de un millón y medio de habitantes y una lengua que hablan siete millones de personas), su dramaturgia ha florecido como pocas. Tanto, que donde quiera que se presente una compañía su sello se reconoce inmediatamente.

Si el mundo onírico de Gaudí y el surrealismo de Dalí y Miró han sido la fuente de inspiración para el teatro callejero, el de sala brilla por lo vanguardista. Sus montajes mezclan artes plásticas, música y danza con elementos electrónicos y digitales. Es el caso de la Pantera imperial de Santos, que se verá en Bogotá del 27 al 30 de marzo: un montaje que incluye 17 bustos colgantes de Bach, pianos que se mueven en el escenario y una mezcla de música barroca con stomp. Los directores de teatro de texto, el que centra su acción en los diálogos, hacen nuevas lecturas de los clásicos, con frecuencia bastante atrevidas. Lecturas como la que Àlex Rigola hizo en 2001 de Tito Andrónico -la tragedia más sangrienta que escribió Shakespeare-, en la que Tito era un mafioso y que escandalizó a la crítica por lo”tarantinesca”.

Rigola, hoy director del legendario Teatre Lliure, será una de las estrellas presentes en esta edición del Festival. Su obra: una adaptación de 2666, la novela póstuma de Roberto Bolaño, que dura cinco horas. Todo un reto para el público colombiano (todavía se habla del montaje de tres horas de La Orestiada que hizo el Teatro Libre a finales de los 90), pero un reto que vale la pena. El festival ha sido durante los últimos 20 años escenario de espectáculos que de otra manera no se verían en Colombia.

Por eso, la comitiva catalana y de Islas Baleares está conformada también por actores como Sergi López, el recordado capitán Vidal de El laberinto del fauno, y la cantante mallorquí Concha Buika, que hará una presentación de su disco El último trago. Además habrá espectáculos en gran formato, Exode, Sine Terra, del grupo Res de Res, y de circo, Nocturn, que se basa en el Réquiem de Antonio Tabuchi (de sus novelas, quizá la más surreal). Una delegación digna y un teatro que en palabras de Josep Bargalló, del Instituto Ramón Llull de Barcelona, “apuesta por la modernidad, la calidad y cuyo desarrollo de nuevos lenguajes fue muy rápido y sólido”.