Trepidante Bogotá

Antonio Caballero Sin remedio ALFAGUARA 574 PÁGINAS 19,50 EUROS

J. A. MASOLIVER RÓDENAS
Culturas
La Vanguardia

Mucho se ha escrito recientemente, y muy poco se ha dicho, sobre la actual narrativa colombiana, la que surge como reacción al realismo mágico de Gabriel García Márquez. En todas las panorámicas se ha omitido una de las novelas más espectaculares, Sin remedio,de Antonio Caballero (Bogotá, 1945). Publicada por Bruguera en 1984, llegué a escribir un largo comentario para La Vanguardia, comentario que sirvió de muy poco ya que coincidió con el cierre de la editorial y el congelamiento de todas sus publicaciones: la mía era una crónica fantasmal para un libro fantasmal. Luego la novela ha sido editada y regularmente reeditada en Colombia. La recomendé, sin éxito, a uno de nuestros mejores editores, pero no habían llegado todavía los tiempos del interés por la nueva narrativa latinoamericana, ahítos como estábamos de los galácticos del boom. El rescate por parte de Alfaguara espero que dé decididamente la razón a quienes, sin necesidad de ser clarividentes, apostamos por una crónica trepidante de la moderna Colombia, la de la vieja oligarquía, la de la miseria, la de la droga, la de la violencia política, la de una juventud a un mismo tiempo frívola, angustiada, hedonista, autodestructiva, con conflictos familiares y sentimentales mal resueltos, con tanta conciencia como inconsciencia política, estimulados por el sexo e incapaces de entregarse totalmente.

El protagonista y víctima principal de la novela es Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard. Como su apellido indica, procede de una familia de oligarcas: las reuniones en casa de su madre doña Leonor es uno de los centros dominantes. Un mundo decadente de tés, whiskies, vajillas, banalidades, añoranza de los viejos tiempos, pánico al desorden, todo un poco en la línea de las familias santanderinas de Álvaro Pombo, con el que coincide también, aunque más cautamente, en la verbalización ( “Eso no podía ser la vida, durante toda la vida”, “tendría que escoger lado, tal vez, alguna vez”). Pero a la ironía se añade aquí una fuerte dosis de caricatura, sobre todo en el personaje de monseñor Botero Jaramillo. Ningún guiño en estos apellidos que se repiten como suele ocurrir en todas las sociedades endogámicas y de una rígida estructura social. La única excepción será el coronel Aureliano Buendía, un siniestro militar del Servicio de Inteligencia, todo lo opuesto del coronel de García Márquez. El hermano de doña Leonor, Foción Urdaneta, banquero, ex ministro, “enorme, cojeando de su pierna mala, apartando a los jóvenes con el estertor de su enfisema”, es el único que parece dispuesto a ayudar a Ignacio. A monseñor Botero Jaramillo, el sacerdote de la familia, el cáncer de lengua no le impide dejarse llamar Germán por las jovencitas o visitar una casa de citas. Ernestico Espinosa es un magnífico y repulsivo cardiólogo y Ricardito Patiño un poeta de obra abundante quien, según Foción, “no tiene un centavo. Le toca venir a seguir viviendo de los versos que le escribía a tu mamá cuando era joven”. Porque doña Leonor de joven había sido atractiva y seductora, viajó por Europa con un polista argentino y acabó casándose con Álvaro Escobar, uno de los señores más ricos de Bogotá. Pero perdió a Álvaro, perdió a su hijo Foncito, no puede contar con Ignacio y ahora se siente sola.

Ignacio sólo visita a su madre para pedirle dinero. Se dedica exclusivamente a la poesía, aunque apenas si escribe, vencido por el tedio, por el hastío, por su convencimiento de que todo es igual y nada cambia; es un inepto que no sabe si las salchichas hay que comerlas crudas o cocinarlas, quisiera llorar en el regazo de su madre y al mismo tiempo la evita, es frívolo, egoísta y cobarde y se emborracha, toma drogas, está obsesionado con la comida y, naturalmente, con las mujeres. Y acabará fracasando como hijo, como poeta, como amante y como apático y escéptico revolucionario. El camino sin remedio hacia el fracaso se inicia cuando Fina abandona la casa porque Escobar no quiere tener un hijo. “Mire: todo empezó porque yo no quería tener un hijo”, le confiesa a su prima Lucía al final de la novela. Se abandona al tedio, decide dejar de afeitarse, visita con frecuencia a Ana María y Federico, que son los que le involucrarán políticamente como poeta comprometido, y quiere acostarse o se enamora de la hermana de Ana María, de modo que el libro está dominado por la ausencia de Fina y la explosiva presencia de Ángela.

Se inicia así una dantesca, delirante e hilarante sucesión de acontecimientos: el encuentro con un grupo de poetas y la supuesta muerte de Edén, las reuniones familiares, los fogosos encuentros con Henna, a la que no sabe cómo sacarse de encima, un encuentro con el coronel Aureliano Buendía, que acabará por decidir el destino de su vida, la absurda justa poética y la huida con Ángela y Cecilia que culmina con un menage à trois y la inesperada reaparición de Fina, el allanamiento de su casa, las elecciones, el secuestro de su tío Foción, el estrépito y las amenazas de su vecina la señora Niño, la fiesta con su primo Bobby en Guanzacá y la espléndida escena de la corrida de toros en Zipaquirá. Los poemas de Escobar, que culmina en el poema épico La Bogoteida, tienen una fuerte presencia: hay autocrítica, elaboración de una poética y parodia de distintas expresiones poéticas.

Parte de la vitalidad del libro, paradójicamente protagonizado por un personaje apático, se debe a la incesante agitación. La interior de Escobar, mareado por la rabia, aterrado, deprimido o angustiado, se refleja en la de la ciudad incesantemente recorrida, en un recorrido dantesco dominado por la sordidez, la violencia, el miedo y la soledad. Y está finalmente la lengua: a los personajes los distinguimos no sólo por ciertos rasgos físicos nunca plenamente desarrollados, sino por su forma de hablar. Antonio Caballero ha escrito una especie de Ulises bogotano, un torbellino estremecedor, acongojante y divertidísimo.